Una
exposición sobre Auschwitz en Madrid reflejaba a la perfección el horror de sus
internados. Las penurias, penalidades y castigos por los que tuvieron que pasar,
no se pueden resumir en un solo adjetivo. Durante la exposición se explicaban,
y se explican, los métodos de tortura, los trabajos forzados y las condiciones
“de vida” de las personas que no eran tratadas como
tales. Al final de la exposición, llegaban los testimonios de personas que explicaban
porqué habían decidido contar todo aquel
horror que pasaron y que vieron. El testimonio de una mujer me llegó
especialmente cuando explicaba cómo resolvió el dilema personal de convertirse
en altavoz del horror de aquella localidad polaca: “Si tú no hablas de ello, la
siguiente persona tampoco hablará de ello” esas eran, traducidas del inglés sus
palabras. Este testimonio, al hacerme sentir, me hizo reflexionar.
El
testimonio de aquella mujer, valiente, me hizo darme cuenta del valor de la
enseñanza de la oratoria: enseñar a contar cosas para que no vuelvan a pasar
esas cosas.
Si no enseñamos cómo contar “cosas” es probable que esas cosas no
se cuenten. Hasta ahora nunca hemos enseñado a contar cosas, al menos en
España, donde como mucho hemos enseñado a repetirlas. Saber contar cosas supone entenderlas para después
contarlas. Si no enseñamos a contar cosas es probable que
ni siquiera se hagan preguntas en clase, que no se quiera intervenir en una
junta de vecinos o ni siquiera se pueda plantear una solución en una
empresa.
Hay muchos otros horrores en nuestra sociedad que no son Auschwitz
pero que se llaman violencia de género, suicidio, abuso infantil,
drogadicciones... Que hay que contar y sobre las que hay que hablar. Cosas sobre
las que no hablamos abiertamente y que continúan sucediendo. Por eso, si no enseñamos a contarlas, nadie las contará y seguirán
sucediendo.
Por eso, tenemos que enseñar oratoria en los colegios. Por eso,
tenemos que enseñar a comunicar y para que las sociedades progresen, además de
tener ideas hay que saber contarlas.
Guillermo Sánchez Prieto
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