Por favor, que el titular no llame a engaño. Empleo
la palabra factoría aunque en realidad sería más preciso hablar de escuelas de
líderes, aunque en muchos casos se están dando auténticas factorías de líderes
en serie con todos lo peyorativo que esto conlleva.
En numerosas universidades y centros educativos se
llevan a cabo supuestas escuelas de debate que en realidad son factorías, esto
es, se hacen las cosas en serie, que no en serio. Una escuela requiere de maestros, no
solamente entrenadores. Una escuela requiere de una serie de principios, no
sólo de una serie de técnicas. Una
escuela requiere de valores. Creo que muchas ocasiones estamos confundiendo
escuelas de debate con fábricas de oradores.
En el club de debate de la Complutense, no en el que hay
ahora, sino en el originario, del cual me precio de ser uno de sus pioneros,
competíamos muy poco pues apenas había competiciones. Nuestra ocupación
fundamental era crear una escuela de pensamiento universitario. La oratoria y
la dialéctica no eran sino una excusa para plantearnos cuestiones más profundas
y universitarias de verdad. Organizamos tertulias con profesores
universitarios, cursos de filosofía de fin de semana, foros científicos, ciclos
de conferencias, encuentros temáticos sobre obras concretas…en definitiva, no
nos concentrábamos en ver quién habla mejor, sino en lo que teníamos que
aprender antes de hablar. Hoy día parece que las cosas se hacen al revés y que
primero se enseña a hablar antes que a pensar, al menos en las escuelas de
debate. Intuyo que tal reflejo será también el de la política.
El acto de comunicar requiere tener ideas. Miguel
Ortega de la Fuente, el fundador del primer club de debate en España, el de la
Universidad Complutense, acostumbraba a decir que la primera norma para hablar
en público era tener algo que decir. De un sentido común aplastante. Por eso
resulta fundamental aprender a pensar antes que a hablar. Y para poder pensar y
aprender es necesario escuchar y no hablar. Resulta curioso que en casi todas
las sociedades iniciáticas, como por ejemplo la masonería, cuando un aprendiz
entra en sus filas lo normal es que durante el primer año no hable en los
encuentros y que sobretodo se limite a escuchar. Quizás algo tenemos que
aprender.
Si de verdad queremos que nuestros clubes de debate sean
escuelas de líderes y no sólo fábricas de oradores tenemos que repensarnos
muchas acciones. Si de verdad queremos que los miembros de la sociedades de
debate sean auténticos líderes que provocan cambios pensemos en qué piensan
esos futuros líderes. Que conste que no quito ni un ápice de necesidad a los
torneos de debate ni a las competiciones de debate, pues ¿cómo pretendemos
crear emprendedores y que las personas se arriesguen si ni siquiera se atreven
hacer una pregunta en clase? Es hora de dar la palabra pero también de
estimular ideas. Es hora de enseñar a pensar antes de hablar.
Guillermo Sánchez Prieto
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