lunes, 29 de enero de 2018

“LO QUE TIENES QUE HACER ES…” O CÓMO ARRUINAR UNA FORMACIÓN


Una de las ramas que trabajamos en Grupo BLU es la de la empleabilidad a través del programa Trabaja en Seis Meses o T6M. Recientemente, en una formación para jóvenes sobre empleabilidad, uno de los participantes mostró cierta resistencia con el programa. Finalmente accedió a colaborar. Aquel muchacho pensaba que nuestro programa era exactamente igual que el que había recibido antes. En aquella formación, una tutora de empleabilidad  le decía exactamente qué tenía que poner en su extracto de LinkedIn. Le decía absolutamente todo. Por supuesto, todo encabezado por el “lo que tienes que hacer es…“. Mi sorpresa fue mayúscula. Nuestro enfoque vuelca la responsabilidad en el formando, no sólo en el formador. Siguiendo el estilo de Chomin Alonso les avise con un “no te voy a decir qué tienes que hacer, tú decidirás qué hay que hacer y qué es lo mejor para ti”. Al terminar la formación el joven confesó su sorpresa, grata, y también su agradecimiento.


Cuando un formador intenta formar a base de recetas del estilo “ lo que tienes que hacer es “poco menos que incapacita al formando. Si te digo lo que tienes que hacer te hago inútil y por supuesto me hago imprescindible. Si te digo lo que tienes que hacer no te desarrollo, no te estimulo a pensar y no hago que seas tú mismo. Tú tienes que comprobar qué te funciona cuando buscas empleo y cuando comunicas.

Si te digo lo que tienes que hacer es poco menos que decirte que no tienes capacidad, ni poder para pensar o crear. Se puede invitar o animar a que se pruebe algo pero no se puede tolerar el estilo de formación a base de recetas o trucos facilones. Haz pensar. En una formación sobre comunicación, compartida con diversos tutores, me sorprendió que todos los participantes de aquel MBA, comenzaban sus presentaciones con la misma entrada “¿Por favor que levanten la mano los que…?” Al término de la sesión les pregunté por qué aplicaban todos la misma fórmula. La respuesta fue descorazonadora. Es que el formador anterior nos ha dicho que tenemos que empezar siempre así. Sin más comentarios.


El participante, por lo general mejor que nadie, sabe qué necesita y sabe qué le hace falta. Deja, por tanto, que el participante decida cuál es su estilo de comunicación o cuál puede ser su estrategia de búsqueda de empleo. ¿Quién va a dar la cara? ¿El formador o el formando? Pues eso. Observo ese estilo de formación, no sólo en escuelas de negocios, sino también en escuelas de debate o en proyectos de emprendedores. En este último caso algunos tutores se empeñan en decidir el contenido de la presentación de los emprendedores que presentan su proyecto.

Está científicamente demostrado (Learning transfer: A review of the research in adult education and training. Shara Merriam y Brenda Leahy) que la participación del formando en el diseño de la formación ayuda a conseguir excelentes resultados. El director comercial, por ejemplo, puede suponer o inferir, qué le hace falta a su fuerza de ventas. Sin embargo, su fuerza de ventas también tendrá que opinar.

Por otra parte, desde un plano relacionado con los valores, si te digo lo que tienes que hacer te estoy diciendo que el inteligente soy yo. Un poco de respeto a la inteligencia. Por experiencia propia he comprobado que prácticas como:

·      La metáfora de los tres Noes de Chomin Alonso
·      Negociar el método de evaluación de los estudiantes
·      Acordar contenidos que quiera recibir el grupo

Son prácticas que conceden mucha autonomía al participante y por tanto mucho poder y ese es el primer paso para una buena capacitación con excelentes resultados.

Ser formador, no es ser un mesías. Ser formador es, que no es poco, una figura de acompañamiento.

Guillermo Sánchez Prieto
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lunes, 22 de enero de 2018

QUE NO TE PASE LO QUE A MI CON ESTA EDITORIAL Y UNA SOLUCIÓN



Érase una vez una editorial con la que llegué a un acuerdo para escribir un libro y publicarlo. La respuesta, ante el envío del manuscrito, fue inmediata y esperanzadora. Había encantado. Todo fueron elogios. Naturalmente quedamos para firmar el contrato. Clásica cervecería madrileña. Dos Coca-Colas y una conversación de lo más agradable. El contrato previamente leído por mi parte, contenía un par de cláusulas que no me hacían sentir muy cómodo. Después de una conversación sobre nuestras vidas y nuestros futuros pasamos a discutir los asuntos que me hacían sentir extraño. Una de las cláusulas del contrato permitía que la editorial publicase el libro con un margen de hasta dos años desde la firma del contrato. Aquel punto me pareció demasiado amplio. Solicité restringirlo a seis meses y pedí una explicación sobre qué pasaría si al final no se publicaba, pues en ese caso el perjuicio lo tendría yo al haber perdido la posibilidad de publicar con otra editorial.


El momento clave de la conversación se produjo cuando ante mi requisito la persona me dijo: “Tienes mi palabra de que en enero se publica“. Mientras lo dijo miró hacia otro lado, lo cual me hizo, inconscientemente, sospechar que no me estaba diciendo la verdad. Tal como me temía en el mes de enero no se estaba publicando el libro. Es más, ni siquiera tenía unas pruebas de impresión Y como era de esperar ni me habían contactado. Decidí, no obstante, dar una oportunidad al proceso de publicación y esperé un poco, un par de meses más. 

La falta de contacto siguió en los meses posteriores. Así, hasta que no respondían a mis correos electrónicos. Posteriormente, decidí llamar. Al tiempo, cosa de un mes, devolvieron mi llamada. Las “razones” del retraso: la dificultad de la maquetación. Dificultad de maquetación en un libro que no tiene ni gráficos ni fotografías. (Algunos piensan que los escritores somos tontos). Me enviaron una maquetación, defectuosa por cierto, que nunca llegaron a reclamar posteriores cambios. Ni que decir tiene que por supuesto debido a su escaso interés no le seguí contestando. Ni por supuesto a nadie que me pregunte le pienso recomendar esta editorial para publicar.

La reflexión de esta experiencia es que lo cortés no quita lo valiente, como dice el dicho. Y que ser demasiado cortés y pensar que a lo mejor piensan que uno es desconfiado es una completa ineficiencia. Que piensen lo que quieran, pero cúbrete las espaldas como autor y como empresario de ti mismo.

La solución que ofrezco, para que no te pase lo que a mí, es sencilla. Si la editorial te dice “por supuesto tienes mi palabra” y tu no las tienes todas contigo, la técnica es muy sencilla: “bueno, pues si tengo tu palabra tampoco te importará ponerlo en el contrato. ¿No?” O “bueno, como lo vais a publicar, no pasa nada si incluimos una cláusula por la que se me compensa en caso de no publicación ¿No?”. Y si no acceden ni siquiera a negociar o a discutir el asunto… ponlo en manos de un profesional de la abogacía, a ser posible experto en propiedad intelectual.


Que no te pase lo que a mí, que por ser cortés y no desconfiar he perdido más de un año y medio de lanzamiento de uno de mis trabajos. Que no te pase lo que a mí por no incluir un par de líneas más o un par de líneas menos en un contrato. Que no te pase lo que a mí que me perdió la cortesía y el exceso de confianza y con ello un año y medio de publicación para todos. Como decía el filósofo Spinoza: desconfía.