“Perdona, pero así nunca vas a ganar la
liga” le dijo con cierta altanería a una persona que ya había ganado la primera
liga nacional de debate universitario. Estas palabras fueron dichas por una
persona que hoy día ocupa un cargo de cierta relevancia académica y que en su
etapa como estudiante obtuvo éxitos como debatiente. Esta misma persona le dijo
a otra mientras discutían una cuestión técnica de debate: “No creo que seas la
persona más adecuada para decirme algo así ¿tú qué has ganado?”. Sin más
comentarios.
Evidentemente, es un caso aislado pero
cada vez presencio más situaciones en las que la soberbia está presente en el
debate o mejor dicho, en las competiciones de debate. Recientemente un colega me
comentaba con bastante pesar: “En ocasiones pienso que el debate es una fábrica
de soberbios y no sé si estaremos llegando tarde” se lamentaba. La reflexión
intensa de mi compañero me dejó preocupado pues es un temor que llevo
arrastrando desde hace años. Y no es un temor poco fundamentado.
Hace tiempo fui invitado como juez a la final de un torneo de debate interno de una universidad autonómica. La final era entre equipos de dos campus distintos pertenecientes a la misma Universidad. Al concluir la final un señor bajito se me acercó y sin conocerme de nada me dijo: “El jurado ha sido casero” refiriéndose a que el jurado había barrido para el equipo del campus que había alojado a la final casualmente. Pensé que se trataba de una broma y siguiendo el juego le dije: “Desde luego que sí”, puesto que al ser de Madrid no tenía más interés en que ganase un equipo u otro. Me di cuenta de que no era una broma cuando el hombre bajito me señaló con su dedo índice. Y con los ojos enrojecidos por la ira repitió elevando el volumen de voz: “Es una vergüenza, el jurado ha sido casero”. Este señor, que no caballero puesto que no supo perder, era un Vicerrector de aquella universidad. Aquel ejemplo me pareció lamentable de cara a sus propios alumnos y colegas, pero lo que me pareció más triste fue el ejemplo que daba de cara al propio ejercicio del debate. Por cierto, el señor Vicerrector no sabía por quién había votado. Este hecho me preocupa.
Hace tiempo fui invitado como juez a la final de un torneo de debate interno de una universidad autonómica. La final era entre equipos de dos campus distintos pertenecientes a la misma Universidad. Al concluir la final un señor bajito se me acercó y sin conocerme de nada me dijo: “El jurado ha sido casero” refiriéndose a que el jurado había barrido para el equipo del campus que había alojado a la final casualmente. Pensé que se trataba de una broma y siguiendo el juego le dije: “Desde luego que sí”, puesto que al ser de Madrid no tenía más interés en que ganase un equipo u otro. Me di cuenta de que no era una broma cuando el hombre bajito me señaló con su dedo índice. Y con los ojos enrojecidos por la ira repitió elevando el volumen de voz: “Es una vergüenza, el jurado ha sido casero”. Este señor, que no caballero puesto que no supo perder, era un Vicerrector de aquella universidad. Aquel ejemplo me pareció lamentable de cara a sus propios alumnos y colegas, pero lo que me pareció más triste fue el ejemplo que daba de cara al propio ejercicio del debate. Por cierto, el señor Vicerrector no sabía por quién había votado. Este hecho me preocupa.
Creo que los premios al mejor orador no
contribuyen a la modestia, todo lo contrario. No contribuyen tampoco al trabajo
de equipo. Es más, un equipo que tenga mejor orador tiene mayores posibilidades
de perder que un equipo que no tiene tan buenos oradores pero son todos más
regulares. Por nuestra parte no somos entusiastas de otorgar premios al mejor de
debatiente. Ojalá se entregasen premios al orador más simpático o al equipo con
más deportividad. De hecho, invito a hacer este ejercicio: observe que el
equipo que tiene al mejor orador rara vez suele ganar. He visto tristemente
como algunos “mejores oradores” se vuelven cada vez peores personas. Este hecho
me preocupa.
Aviso a debatientes: no confundamos el
juego con la realidad. El debate es un juego pero luego en el mundo real no se
juega con el debate, simplemente se debate y lo que cuenta no es ganar sino
saber debatir y sobre todo saber perder.
Aviso a preparadores, profesores y
cargos académicos varios: esto es un juego educativo, pero a fin y al cabo un
juego. Si no se toma como tal tampoco será educativo. Recuerdo el caso que me
comentaba un debatiente cuando su entrenador de debate le escribía los
discursos y en una ocasión le llego a decir “de aquí no sales hasta que no te
aprendas esto y si hace falta pedimos una pizza para que cenes“ (obviamente,
todo esto con cara de pocos amigos). Si seguimos así perderemos el oremus. Ante todo mucha calma porque no
nos jugamos absolutamente nada.
Aviso a todos: una competición de debate
es una herramienta, no un fin en si mismo. Es un medio, no una finalidad. De
esta manera, si no somos capaces de distinguir el debate como herramienta podemos
hacer lo que sea con tal de que un equipo gane. En una ocasión presencié como
un directivo de un colegio mayor irrumpió en una sala de debate para decir a
los jueces cómo tenían que evaluar el debate y decirles que el otro equipo
había utilizado malas artes al traer extra de público que aplaudiese a los
suyos con la intención de presionar a su equipo. Este hecho me preocupó
seriamente y junto con la reflexión de mi colega pido calma, respeto y sentido
de la dimensión. De todos depende que el debate sea fábrica de soberbios o
fábrica de ciudadanía.
Gracias por tu post Guillermo, me entristece verte tan preocupado por el mundo del debate por el que tanto has hecho. Cierto es que entre todos depende que se mantengan los valores de deportividad en la competición y respeto por las decisiones de los jueces. Vergüenza de vicerrector. (la v minúscula en el cargo no es por ser un humano bajito, si no por bajura humana).
ResponderEliminarGracias por tu comentario Guillermo. Tú conoces la realidad de estas prácticas. Pero como bien dices, entre todos podremos reorientar una herramienta que pretende educar, no encumbar.
Eliminar