Con
pocas ganas y gesto sombrío salía a comprar un regalo de cumpleaños. Mientras
lo elegía me encontré con una película que me transportó a aquel verano en
Grecia. “Zorba el griego”. La carátula, con un Anthony Quinn radiante de
felicidad bailando el sirtaki liberado
de toda presión y sin importarle nada excepto su felicidad, me cautivó y me
animó a leer la sinopsis de la contraportada.
Una frase de la trasera de la carátula del DVD me impulsó a comprar la
película, “Zorba es un hombre apasionado por la vida”. Aquella frase, en unos
segundos, me revolvió por dentro como pocas experiencias, lecciones o libros lo
habían hecho en los últimos años. La compré y esa misma noche la visioné con
curiosidad. De la película pude extraer múltiples lecciones pero la que más me
cautivó fue una escena en la que me di cuenta de que la sal de vida está en que ésta no es fácil y, si es demasiado fácil, acabo por ser sosa.
Esa idea se explica en la película a la perfección cuando se entrelazan las biografías de un buscavidas griego de nombre Alexis Zorba (Anthony Quinn) y un joven inglés llamado Basil (Alan Bates) sin una vocación clara en su vida profesional y temeroso de enfrentarse a su destino. En un momento de la cinta ambos personajes se encuentran en Creta cuando aparece en escena la bella Irene Papas, que interpreta a una viuda joven y hermosa que se encuentra asfixiada por la presión de una vida rural.
Esa idea se explica en la película a la perfección cuando se entrelazan las biografías de un buscavidas griego de nombre Alexis Zorba (Anthony Quinn) y un joven inglés llamado Basil (Alan Bates) sin una vocación clara en su vida profesional y temeroso de enfrentarse a su destino. En un momento de la cinta ambos personajes se encuentran en Creta cuando aparece en escena la bella Irene Papas, que interpreta a una viuda joven y hermosa que se encuentra asfixiada por la presión de una vida rural.
Zorba,
siempre sensible a las pasiones, percibe la atractiva tensión entre la joven
viuda y el tímido inglés. Sin dilación le espeta a su indeciso amigo:
¡Jefe!
¿Ha visto a esa viuda? ¡Está ahí para usted! Vaya y dígale “Hola. He venido a
recoger mi paraguas y…”
No
Zorba. ¡No! (Basil comienza a sentir la presión de tener que tomar una
decisión)
Jefeeeee
- Insiste Zorba con cólera contenida- ¡No haga que me enfade!
Déjame
Zorba. No quiero problemas.
¡Jefe!
– replica Zorba con tono decidido - Solo dejamos de tener problemas cuando nos
hemos muerto. La vida son problemas. Solo la muerte no lo es. Vivir la vida es
liarse la manta a la cabeza y buscar problemas.
La
frase de Zorba no convence a Basil pero es tremendamente elocuente pues nos
hace ver que vivir es decidir. Resolver problemas tiene como requisito querer
enfrentarse a ellos. Así, todos los días, cualquier persona que vive elige
previamente vivir y decide seguir adelante. La cuestión que funciona como
piedra de toque es precisamente esa. Si hemos elegido vivir ¿no viviremos mejor
sabiendo que lo que hacemos es porque queremos hacerlo y no porque alguien nos
obliga? En realidad nada, ni nadie, nos obliga a hacer una carrera
universitaria, tener hijos o desarrollar una vocación creativa.
Somos nosotros
los que elegimos, nadie nos obliga realmente. Y si alguien nos obliga siempre
somos libres de aceptar esa obligación o de no aceptarla así como sus
consecuencias. El poeta José Hierro se refería a sí mismo como “un esclavo muy
libre”. Posiblemente el lector esté pensando que hay circunstancias en las que
uno no puede elegir; “si sube la letra de mi hipoteca… si tengo un conflicto en
el trabajo… si me encuentro con un problema de pareja…” En efecto, usted no
elige esos conflictos pero sí elige, el grado de implicación que quiere tener
en ese problema, si es su problema o no, la medida en que le afecta o si quiere
solucionarlo o dejar que lo solucionen otros. La explicación la tenía el
psicólogo Víctor Frankl. Peño eso será en otro post.
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