Con el comienzo del curso escolar, tanto en niveles
obligatorios como universitarios, nos viene a la mente los temidos, sempiternos
e inevitables exámenes. Aún es pronto para pensar en ellos. Pero son el
instrumento de muchas materias para de evaluar los conocimientos y
procedimientos que cualquier alumno ha adquirido a lo largo de un periodo de
aprendizaje.
Con el advenimiento del Plan de Convergencia
Universitaria Europea, también conocido como Plan Bolonia, los planes de estudio y la forma
de evaluar han variado sustancialmente respecto a otras épocas. Pero no es
menos cierto que exámenes, como siempre los hemos entendido, todavía existen. Y
no son pocos los profesores que siguen haciendo uso de este instrumento para
que sus alumnos demuestren todo lo aprendido a lo largo de un semestre. Es
decir, todavía nos tenemos que enfrentar al papel en blanco con nuestro
lapicero cargado de nervios e incertidumbre para pasar esa temida asignatura.
Pero los nervios y ansiedad que genera esta actividad es otro capítulo
del que hablaremos en su momento.
Hoy quiero centrarme en lo que sucede tras una prueba. Y me refiero a las conocidas reclamaciones de exámenes. Comentándolo
con un buen compañero y mejor amigo, hacíamos una reflexión sobre lo equivocado
de la terminología. Ya que nos hemos acostumbrado a hablar de reclamación y no de
revisión de exámenes, que sería el termino más apropiado. Y particularmente de
la actitud ante la que muchos de nuestros alumnos encaran este derecho. ¿Pedir
o dar? Cuando alguien reclama un examen con actitud de pedir, en cierta medida
está presuponiendo que el profesor se ha equivocado. Que ha cometido un error
de precisión y que el trabajo del alumno no se ha visto recompensado
proporcionalmente a su esfuerzo invertido. Quien pide reclamar, está suplicando
esa media milésima de punto que le puede salvar del fracaso total. O una
injusta recompensa a una pobre gestión de la materia. Todo profesor es susceptible
de cometer errores en sus correcciones. Pero dar por hecho que el profesor
manifiesta una incapacidad manifiesta para evaluar el trabajo que ha
transmitido durante un semestre es poner en duda su profesionalidad.
Por otro lado, aproximarse a una revisión de examen
con actitud de dar, de ofrecer lo mejor de cada uno ante el docente que ha
evaluado, dirá mucho de ese alumno. Demostrará su interés por mejorar y ampliar
sus expectativas y compromiso ante esa asignatura. Asumir los errores y prestar
atención en los posibles fallos para mejorar en el siguiente examen, es una
actitud constructiva y propia de una persona madura. Así que, ojalá no se de el
caso, suspendas tu próximo examen y ejerzas tu derecho de revisión, piensa…¿vas
a pedir o a dar?
David Gómez Sanz, colaborador en Grupo BLU
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