miércoles, 27 de septiembre de 2017

SI NO TE GUSTAN LOS PROBLEMAS, ENTONCES TIENES UNO (II)


El psicólogo Víctor Frankl lo explicaba con suma claridad cuando afirmaba en su libro El hombre en busca de sentido que las personas recluidas en los campos de concentración nazi elegían vivir todos y cada uno de los días hasta que los incineraban o los fusilaban, si antes no morían de hambre. La posibilidad del suicidio estaba al alcance de cualquiera. Bastaba con acercarse a la alambrada y los vigilantes dispararían a matar sin pensarlo. Fin de la historia. Sin embargo, las personas elegían vivir, en unas circunstancias miserables, pero elegían vivir. La ilusión, los placeres y hasta el sentido del humor eran posibles en una situación de vida tan extrema como la de los campos de exterminio. 

En palabras del propio Frankl, “la historia nos brindó la oportunidad de conocer al hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Quién es en realidad, el hombre? El ser que siempre decide lo que es. Es el ser que inventó las cámaras de gas, pero también es el que entró en ellas con paso firme y musitando una oración”. Víctor Frankl nos desvela el día a día del hombre, su misión vital y cómo cumplir con esa misión a través de la facultad de decidir. Simplemente, vivir es decidir.



Ya que estamos eligiendo vivir, trabajar, convivir, seamos conscientes de estos elementos:
  • Que estamos decidiendo continuamente
  • Que queremos decidir o no.
  • Que es mejor saber cómo decidir
En cierta ocasión, un amigo me pidió consejo sobre si debía casarse o no con su novia. No supe muy bien qué decirle. Él pedía consejo a la persona menos indicada sobre esa cuestión y fui yo quien se llevó una lección de vida cuando sentenció: “cómo me gustaría ser viejo y tener todas las decisiones tomadas”. Pensé que ni siquiera siendo anciano tendría sus decisiones tomadas. Incluso siendo un anciano tendría que decidir qué hacer cada día con su vida. Vivir es decidir. Hoy se encuentra felizmente casado con otra mujer y es padre de dos preciosas hijas.

Si decidimos vivir, esto es, emprender proyectos, formar una familia… hagámoslo con todas las consecuencias, no las buenas y las malas, sino las que nos gustan y las que no. Si decidimos vivir hagámoslo con la coherencia de que vivir es tener que resolver problemas y que vivir plenamente es querer afrontar problemas y arremangarse para ponerse manos a las obra.
 

   
Guillermo Sánchez Prieto
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lunes, 18 de septiembre de 2017

SI NO TE GUSTAN LOS PROBLEMAS, ENTONCES TIENES UNO (I)

Con pocas ganas y gesto sombrío salía a comprar un regalo de cumpleaños. Mientras lo elegía me encontré con una película que me transportó a aquel verano en Grecia. “Zorba el griego”. La carátula, con un Anthony Quinn radiante de felicidad bailando el sirtaki liberado de toda presión y sin importarle nada excepto su felicidad, me cautivó y me animó a leer la sinopsis de la contraportada. Una frase de la trasera de la carátula del DVD me impulsó a comprar la película, “Zorba es un hombre apasionado por la vida”. Aquella frase, en unos segundos, me revolvió por dentro como pocas experiencias, lecciones o libros lo habían hecho en los últimos años. La compré y esa misma noche la visioné con curiosidad. De la película pude extraer múltiples lecciones pero la que más me cautivó fue una escena en la que me di cuenta de que la sal de vida está en que ésta no es fácil y, si es demasiado fácil, acabo por ser sosa




Esa idea se explica en la película a la perfección cuando se entrelazan las biografías de un buscavidas griego de nombre Alexis Zorba (Anthony Quinn) y un joven inglés llamado Basil (Alan Bates) sin una vocación clara en su vida profesional y temeroso de enfrentarse a su destino. En un momento de la cinta ambos personajes se encuentran en Creta cuando aparece en escena la bella Irene Papas, que interpreta a una viuda joven y hermosa que se encuentra asfixiada por la presión de una vida rural. 



Zorba, siempre sensible a las pasiones, percibe la atractiva tensión entre la joven viuda y el tímido inglés. Sin dilación le espeta a su indeciso amigo:
¡Jefe! ¿Ha visto a esa viuda? ¡Está ahí para usted! Vaya y dígale “Hola. He venido a recoger mi paraguas y…”
No Zorba. ¡No! (Basil comienza a sentir la presión de tener que tomar una decisión)
Jefeeeee - Insiste Zorba con cólera contenida- ¡No haga que me enfade!
Déjame Zorba. No quiero problemas.
¡Jefe! – replica Zorba con tono decidido - Solo dejamos de tener problemas cuando nos hemos muerto. La vida son problemas. Solo la muerte no lo es. Vivir la vida es liarse la manta a la cabeza y buscar problemas.
La frase de Zorba no convence a Basil pero es tremendamente elocuente pues nos hace ver que vivir es decidir. Resolver problemas tiene como requisito querer enfrentarse a ellos. Así, todos los días, cualquier persona que vive elige previamente vivir y decide seguir adelante. La cuestión que funciona como piedra de toque es precisamente esa. Si hemos elegido vivir ¿no viviremos mejor sabiendo que lo que hacemos es porque queremos hacerlo y no porque alguien nos obliga? En realidad nada, ni nadie, nos obliga a hacer una carrera universitaria, tener hijos o desarrollar una vocación creativa.

Somos nosotros los que elegimos, nadie nos obliga realmente. Y si alguien nos obliga siempre somos libres de aceptar esa obligación o de no aceptarla así como sus consecuencias. El poeta José Hierro se refería a sí mismo como “un esclavo muy libre”. Posiblemente el lector esté pensando que hay circunstancias en las que uno no puede elegir; “si sube la letra de mi hipoteca… si tengo un conflicto en el trabajo… si me encuentro con un problema de pareja…” En efecto, usted no elige esos conflictos pero sí elige, el grado de implicación que quiere tener en ese problema, si es su problema o no, la medida en que le afecta o si quiere solucionarlo o dejar que lo solucionen otros. La explicación la tenía el psicólogo Víctor Frankl. Peño eso será en otro post.

 
   
Guillermo Sánchez Prieto
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lunes, 11 de septiembre de 2017

TEMPUS FUGIT: SI HUBIERA SABIDO ESTO


El otro día quedamos unos amigos para pasar una distendida noche de interesante conversación. Desde nuestras cualidades, motivaciones y eso que se denomina vocación, todos habíamos pasado por la experiencia universitaria. Y todos conservábamos, con meridiana memoria, lo que fueron nuestros días jóvenes como universitarios. Las opiniones y experiencias diferían unas de otras. Para algunos fue un tiempo inolvidable, muchas veces regado por el jolgorio y la jarana. Otros recordaban los estrechos lazos de amistad con compañeros que, casi veinte años después, todavía permanecen en el tiempo. Y para otros, cómo éste fue un tiempo de descubrimiento de nuevas expectativas y apertura para asumir y aceptar distintos retos y responsabilidades. Esa es la grandeza de la universidad: su diversidad, su libertad de pensamiento, la aceptación del otro con sus características intrínsecas dentro de un marco de respeto.

http://www.blugrupo.com/libros/30/exito-universitario-en-119-consejos

Pero es significativo cómo todos recordábamos la pesadilla que suponía los temidos meses de febrero y junio encerrados en bibliotecas o salas de estudio para estudiar, memorizar y repetir temarios muchas veces ininteligibles. Horas y horas de esfuerzo intelectual para jugarse los anteriores meses de trabajo a una sola carta en los exámenes parciales o finales. Esfuerzo que no siempre se veía reflejado en las calificaciones. Y es que la falta de experiencia en este mundo pasaba factura. El error típico del neófito universitario es pensar que el tiempo es flexible y que el día da para todo, procrastinando todas las tareas. Una mala estrategia a la hora de plantear una asignatura, unos pobres hábitos de estudio o distracciones continuas con los compañeros de clase, colegio mayor o piso son suficientes para dar al traste con todos los primeros meses, e incluso primeros años, de carrera. Con el coste humano, intelectual y financiero que todo ello supone.


Tempus fugit. El tiempo pasa. Y muy rápido. Incluso en la efervescencia de la juventud cuando parece que los días estivales son eternos. Y desde estas líneas nos gustaría recomendar a todos aquellos que empiezan sus estudios que vivan la experiencia universitaria con el corazón, con el alma y sobre todo con la cabeza. Y que todo apoyo en esta línea de salida nunca viene mal. Por eso nos gustaría proponer un libro de obligada lectura para los universitarios que quieran comenzar esta andadura con éxito. Seguro que lo agradecerán cuando comiencen con sus primeros exámenes, trabajos, presentaciones en público o entregas. “Éxito universitario en 119 consejos” del doctor Alan Cirlin es un manual de fácil lectura que condensa la experiencia de cientos de profesores y estudiantes que como tú pasaron por esta interesante etapa. Y cómo estos consejos les ayudaron a superar los primeros meses, o incluso años, de universidad sin fracasar en el intento. Adquiérelo ya en blugrupo.com y verás como el tiempo no se escapa entre tus dedos. Y conseguirás tener éxito en tu vida como universitario. Si hubiera sabido esto en su momento, todo habría sido mucho más fácil.


David Gómez Sanz, colaborador en Grupo BLU


lunes, 4 de septiembre de 2017

ESCUELAS DE DEBATE ¿FACTORÍAS DE LIDERAZGO?


Por favor, que el titular no llame a engaño. Empleo la palabra factoría aunque en realidad sería más preciso hablar de escuelas de líderes, aunque en muchos casos se están dando auténticas factorías de líderes en serie con todos lo peyorativo que esto conlleva.

En numerosas universidades y centros educativos se llevan a cabo supuestas escuelas de debate que en realidad son factorías, esto es, se hacen las cosas en serie, que no en serio.  Una escuela requiere de maestros, no solamente entrenadores. Una escuela requiere de una serie de principios, no sólo de una serie de técnicas.  Una escuela requiere de valores. Creo que muchas ocasiones estamos confundiendo escuelas de debate con fábricas de oradores. 



En el club de debate de la Complutense, no en el que hay ahora, sino en el originario, del cual me precio de ser uno de sus pioneros, competíamos muy poco pues apenas había competiciones. Nuestra ocupación fundamental era crear una escuela de pensamiento universitario. La oratoria y la dialéctica no eran sino una excusa para plantearnos cuestiones más profundas y universitarias de verdad. Organizamos tertulias con profesores universitarios, cursos de filosofía de fin de semana, foros científicos, ciclos de conferencias, encuentros temáticos sobre obras concretas… En definitiva, no nos concentrábamos en ver quién habla mejor, sino en lo que teníamos que aprender antes de hablar. Hoy día parece que las cosas se hacen al revés y que primero se enseña a hablar antes que a pensar, al menos en las escuelas de debate. Intuyo que tal reflejo será también el de la política.


El acto de comunicar requiere tener ideas. Miguel Ortega de la Fuente, el fundador del primer club de debate en España, el de la Universidad Complutense, acostumbraba a decir que la primera norma para hablar en público era tener algo que decir. De un sentido común aplastante. Por eso resulta fundamental aprender a pensar antes que a hablar. Y para poder pensar y aprender es necesario escuchar y no hablar. Resulta curioso que en casi todas las sociedades iniciáticas, como por ejemplo la masonería, cuando un aprendiz entra en sus filas lo normal es que durante el primer año no hable en los encuentros y que sobre todo se limite a escuchar. Quizás algo tenemos que aprender.


Si de verdad queremos que nuestros clubes de debate sean escuelas de líderes y no sólo fábricas de oradores tenemos que repensarnos muchas acciones. Si de verdad queremos que los miembros de la sociedades de debate sean auténticos líderes que provocan cambios pensemos en qué piensan esos futuros líderes. Que conste que no quito ni un ápice de necesidad a los torneos de debate ni a las competiciones de debate, pues ¿cómo pretendemos crear emprendedores y que las personas se arriesguen si ni siquiera se atreven hacer una pregunta en clase? Es hora de dar la palabra pero también de estimular ideas. Es hora de enseñar a pensar antes de hablar.

 
Guillermo Sánchez Prieto


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